Vivimos en una sociedad disfuncional.
Primordialmente, esto se debe a un pacto social que no goza de valores compartidos que se viven en nuestra nación. Lastimosamente, no estamos listos para redactar ese nuevo convenio que verdaderamente refleja los valores cívicos que compartimos en Honduras. Por esta razón vivimos y viviremos convulsiones sociales que moldearán nuestra juventud y la propulsionarán hacia este camino.
Pero digo, vivimos en una sociedad disfuncional, porque más allá de la inexistencia de valores plasmados en un documento sagrado al que llamamos nuestra constitución– la relación entre el sector público, privado y social reflejan una deficiencia clara en su respuesta al problema fundamental de la economía: hay recursos limitados para deseos y necesidades humanas ilimitadas.
La falla del mercado (sector privado), ocurre cuando el mercado no es capaz de asignar servicios de una forma eficiente. Ante los altos niveles de pobreza en nuestro país, gran parte de la población no puede acceder a los bienes y servicios que producen las compañías.
La falla del sector público: el estado no solo funciona como un ente regulador, pero también como un proveedor de servicios. Este tiene la responsabilidad de cubrir las necesidades básicas que no puede suplir el mercado. Sin embargo, si no hay presión ciudadana o no se manejan los fondos del gobierno adecuadamente, los servicios no llegan a los necesitados.
El sector social en Honduras, no se da abasto. No tiene la capacidad de llenar el fallo del mercado y del gobierno; pero dentro de él está despertando un tipo de organización que viene a tomar un protagonismo en la atmósfera sociopolítica de nuestro país.
En Honduras hemos dejado a un lado el estudio del tercer sector, equivocadamente lo tildamos solo de altruista y solidario. Cuando en verdad, las primeras democracias contemporáneas le deben su éxito a organizaciones de apasionados por diferentes motivos, sin importar cuán grande o pequeña su causa– impulsaban y cabildeaban con vehemencia mejoras dentro del gobierno.
El sector social no surgió para hacer caridad. Fue producto de la necesidad de crear uniones que no estaban atadas al gobierno, ni buscan lucrarse como las empresas, si no que apelaban a cambios institucionales guiados por valores compartidos.
Peter Frumkin, experto en sociedad civil, lo denomina como el rol expresivo que cumplen las ONGs. Si lo analizamos como un mercado, por el lado de la demanda, las organizaciones de sociedad civil movilizan ciudadanos por causas políticas y construyen capital social dentro de comunidades que buscan mejoras sistemáticas. Por el lado de la oferta, estas organizaciones le ofrecen una oportunidad a ciudadanos para expresar sus valores compartidos, creencias y compromisos junto a otras personas.
¿Cuantas ONGs expresivas podemos ver en Honduras?
Tomemos como ejemplo la pandemia del COVID-19. A principios de marzo, jóvenes ciudadanos y empresarios comenzaron a unirse para proveer donaciones a hospitales y comunidades en riesgo social. Pero un par de meses después, las donaciones han disminuido…
A pesar de un esfuerzo de recaudación histórico de parte de la ciudadanía, el vacío de necesidades básicas que ha dejado el gobierno y el mercado es tan grande, que el sector social no tiene la capacidad de llenarlo.
Esto demuestra la vitalidad de que le apostemos a la ONGs expresivas, que están compuestas por ciudadanos que luchan por causas distintas, pero que buscan cambios estructurales dentro del gobierno.
Aunque el trabajo que realizan organizaciones como la ASJ, CNA y FOSDEH generan conciencia y luchan por que el Estado le rinda cuentas a sus ciudadanos, requerimos de más grupos de sociedad civil y con más diversidad de vocación.
Ante un gobierno ineficaz, plagado por la corrupción, el vacío de servicios será imposible de cubrir con iniciativas altruistas. Es necesario hacer convergencias entre ciudadanos que comparten valores y ejerzan luchas por causas nobles que exigen mejoras en el sector público.
El Milenio, específicamente, nació hoy hace dos años para generar una cultura de empoderamiento entre los jóvenes, ofreciéndoles un espacio de expresión abierto.
En mi trayectoria como fundador, me he encontrado con varias organizaciones hermanas, que comparten desde su propia “trinchera” una visión por una mejor Honduras. A esto es lo que llamo: el “boom” de nuestra sociedad civil.
Nos hemos aliado con organizaciones de abogados que impulsan el arbitraje como alternativa para solucionar conflictos legales, think tanks que promocionan y defienden la libertad económica y social, revistas que le quieren cambiar el “brand” a un departamento, organizaciones de voluntariado juvenil no-convencional y facultades académicas que impulsan el pensamiento crítico. Así como estas, hay muchas otras que también están consolidando estrategias para impulsar los cambios drásticos que necesitamos.
Estas organizaciones construyen tejido social y hacen patria. Particularmente dentro de nuestra juventud, que busca espacios de expresión y plataformas que aspiren a mejores ideales de los que vivimos hoy.
Aunque no son proveedores de necesidades básicas, estas organizaciones presentan un valor intangible a nuestra sociedad, forjan un espíritu patriótico que luchará por un gobierno más justo y representativo de nuestra ciudadanía, que se transformaran en bienes materiales para los más necesitados.
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Juan Pablo Sabillon es el fundador de El Milenio. Es un joven sampedrano, graduado de la Universidad de Emory con una doble licenciatura en ciencias políticas y administración de empresas.
Juan Pablo Sabillon es el fundador de El Milenio, tiene 21 años y actualmente estudia ciencias políticas y administración de empresas en la Universidad de Emory en Atlanta.