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Honduras

 Lunes 25 de noviembre, 2018

Al Hombre de alto puesto, Propietario del Anfiteatro, Señor Escondido:

Por este medio me dirijo a usted, Señor Escondido, con el más profundo respeto. Bueno, mejor dicho, trataré con todo de mí, ser lo más respetuosa que mi moral permita. Señor Escondido, no es necesario preguntarle cómo se encuentra, cuando esa respuesta me la puedo imaginar y me la sé de memoria. Está usted escondido, por razones que tal vez usted aún no entienda, pero créame cuando le digo que su pueblo, sus “seguidores”, o esas personas a las que les toca soportarlo como líder, conocemos bien. No requiere de personas preparadas, pensantes, y capaces darse cuenta que consciente o inconscientemente, cuando alguien ha errado de tal manera como la ha hecho usted, Domador de Leones, Controlador de Títeres, Señor Escondido, no le queda más que esconderse en ese rincón, en lo más oscuro de su camerino, donde no habitan más que cucarachas, roedores, nidos, y telarañas. Solamente habitan esas criaturas que nos erizan los pelos, nos revuelven el estómago, y nos provoca salir corriendo del teatro. Esas criaturas que reconocen solamente en lo más profundo de su conciencia sus errores, y son incapaces de admitirlos, y mucho menos corregirlos. Y es en ese rincón oscuro y abandonado, donde usted, Blanqueador de Sepulcros, Víbora Venenosa, Señor Escondido, les hace compañía.

 

Señor Escondido, Hablador de Falsedades, Arma de Doble Filo, Cuchillo en Mi Espalda, tristemente confieso, que me dirijo a usted con anonimato porque va en contra de mi ética plagiar los sentimientos y las ideas que creo compartir con el resto de la audiencia. Señor Escondido, ¿lo han segado las luces del escenario o simplemente decide usted ignorar la cruda realidad que experimenta su anfiteatro? Señor Escondido, ¿se le han olvidado las líneas de su guión o simplemente ha decidido continuar su espectáculo improvisando? La realidad de su anfiteatro no está cambiando. ¿Acaso usted desconoce que sus víctimas mueren de hambre, carecen de educación, salud, y más que nada, esperanza? Sobre todo, Señor Escondido, ¿Acaso usted desconoce que, a diferencia de lo que usted aparenta, la mayoría de nosotros no estamos cegados a sus negocios putrefactos? Le comparto, Señor Escondido, que nosotros, la audiencia, si nos damos cuenta que el dinero que usted colecciona mes a mes, o día a día, en ese rincón oscuro e infectado, no lo reinvierte en su anfiteatro. Estamos conscientes de los malgastos y derroches patrocinados por nuestra sangre, nuestro sudor, y nuestras lágrimas. Disculpe la imprudencia, Señor Escondido, pero debo preguntarle, ¿cómo logra usted dormir por las noches?

 

Señor Escondido, no le escribo con más ánimos que para hacerlo pensar, un poco más allá de ese rincón lleno de cucarachas, roedores, nidos y telarañas. Espero que logre descifrar las comparaciones, e interpretar las metáforas, como también espero que logre comprender que esta carta, Señor Escondido, Cuchillo en Mi Espalda, Piojo en mi Pelo, Dolor de Cabeza, no la escribe solamente una víctima desesperada, si no el anfiteatro en su totalidad.

 

Atentamente,

 

Un Anfiteatro que exige más.

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