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“No, el té Lipton se queda en Lps. 25. ¡Ya está!”

Es la cosa mas ridícula que he escuchado en mi vida después de “Todos Somos Macacos.” Cómo un compañero argumentaba la inflación en precio de la bebida más popular en la cafetería: el mítico té Lipton. Era injusto que el precio del té Lipton estuviera en Lps. 25 la botella, cuándo en una pulpería estaba a Lps. 15.

Históricamente, Lipton fue el amo y señor de la cafetería, no solo por su inigualable y refrescante sabor, también por su tapón, un esencial proyectil en las manos de cualquier niño que se daba a respetar en la secundaria. Cuándo la administración escolar subió el precio, lo hizo de la noche a la mañana, sin avisarnos. ¿Cómo pretendían que el club de matemáticas tomara bien un cambio que significaba presupuestar en múltiples de cinco, en vez de múltiples de dos? ¿Cómo iba el grupo de debate no llevar este caso? ¿Cómo iba el grupo de fiesteros aliviar el dolor de cabeza? Los grupos populares ratificaron un líder y recaudaron trescientas firmas de las cien necesarias para entregar a la administración. Decidí acompañar a ese líder y amigo con la esperanza que el referéndum saliera a nuestro favor… a favor del pueblo.

“ABSOLUTAMENTE NO!”

Fue la respuesta de la administración escolar después de explicarnos que esos cinco lempiras significaban una reducción de gastos en salarios de maestros, mantenimiento, utilidades, etc.

Como aspirante economista, hoy entiendo que esos cinco lempiras eran una tarifa impuesta en la importación de bienes. En la macroeconomía existen tres grupos: el gobierno, los productores y los consumidores. La tarifa servía como aparato para que los productores (en este caso, la cafetería) pudieran vender su materia doméstica (el té que hacían todas las mañanas). Una tarifa es exitosa cuando dos grupos ganan más de lo que un grupo pierde. Y en este caso, así era. Los estudiantes que ama el té Lipton simplemente se adaptan. Los que no, lo sustituyen con un producto inferior o un producto diferente.

Lo que me pareció absurdo en realidad no fue la posición de la escuela, fueron las actitudes de los grupos. Por ejemplo, la administración pudo haber actuado con más consideración hacia los estudiantes, en lugar de cerrarse. Al mismo tiempo, los niños pudimos habernos dedicado a estudiar y tratar de resolver el asunto después de clases. En realidad sólo queríamos salir de clase, ser relajeros, y pelear por algo sólo cuando nos afectó solo personalmente. En cambio, usamos la opinión popular para esquinar a la administración, y eso se llama fascismo. Lo importante de una economía funcional es que, a través del tiempo, todos los grupos tienen que hacer compromisos. Y cuándo veo la manera precipitada de estallar departe de los varios grupos de poder en Honduras, no puedo sentirme nada más que decepcionado.

Esa mañana en la escuela en que peleábamos por el precio del té, perdimos clases y alineamos a nuestros compañeros… pero al final del día, solo éramos niños peleando por el derecho a ser diabéticos.  En cambio, los grupos políticos en nuestro país juegan con el hambre de las personas. Personas que nacen en una situación injusta, pero que ven el odio y la polaridad política como vías de escape. Si bien es cierto, como hondureños debemos exigir justicia, pero debemos practicarla también, así como debemos laborar por nosotros mismos. Nuestra Honduras no se puede dar el lujo de dejar de trabajar, y es importante ponerse en los pies de los demás grupos y entender sus posiciones; entender que nadie quiere lo peor para Honduras… simplemente es un juego de colores y emociones. ComprometamoNOS.

Sebastián es colaborador para El Milenio. Actualmente estudia Análisis de Datos, Administración Empresarial, y Economía en la universidad George Washington, en Washington DC. Su pasión son el fútbol y la tecnología, plataformas que utiliza para estudiar la Honduras del futuro; sus obstáculos, objetivos, y virtudes.

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