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Honduras, argumentaría, no es una democracia. Según Robert Dahl, politólogo norteamericano, para que un país clasifique como democracia, son necesarios 6 requisitos:

  1. Tener oficiales electos por la población.
  2. Elecciones que son libres, justas y frecuentes. 
  3. Gozar de libre expresión.
  4. Tener acceso a fuentes alternativas de información.
  5. Disfrutar de autonomía asociativa.
  6. Una ciudadanía electoralmente inclusiva. 

Explicando rápidamente cada uno, comenzaremos con la elección de oficiales. Esto es sencillo, ya que se refiere a escoger a las personas que nos gobiernan o representan. Tener elecciones libres, justas y frecuentes suena como algo que ya se hace, pero el proceso debe estar garantizado de no sufrir de intervenciones por actores con intenciones nefastas. La libre expresión no es nada más que decir lo que deseamos sin miedo a ser censurados por nuestras opiniones. El acceso a fuentes alternativas de información se refiere a que no se dependa de solamente instituciones gubernamentales para poder confirmar datos, y que organizaciones independientes puedan presentar información verídica. La autonomía asociativa hace referencia a que los ciudadanos puedan crear sus propios partidos políticos sin mayor dificultad. Finalmente, la ciudadanía electoralmente inclusiva es aquella que permite a todas las personas participar activamente en la política nacional, ya sea buscando ser electo o eligiendo a otros.

Con tan solo analizar los primeros dos puntos, de tener oficiales electos y que las elecciones sean libres, justas y frecuentes, ya comienzan los problemas. Se puede argumentar que algunos de los oficiales gubernamentales han sido impuestos sobre la soberanía de la población, y que estos no han respetado las condiciones de tener elecciones libres o justas. Mientras que nuestro sistema de elecciones cada cuatro años ha sido respetado desde 1982, aun con el golpe de estado del 2009, cada resultado ha sido fuertemente cuestionado tanto por órganos internacionales como nacionales, el mejor ejemplo de esto siendo el proceso electoral del 2017. 

Aunque nuestros procesos generalmente son libres y justos para la elección de alcaldes y diputados, hay deficiencias obvias al momento de la elección de unos cuantos curules en el Congreso Nacional o la presidencia. No se puede, a conciencia limpia, decir que nos reflejamos positivamente dentro de estos dos calificadores.

Avanzando al tercer calificador: a pesar de que en Honduras la libre expresión está garantizada en su constitución, es con dudosa realidad. Con más de 80 periodistas asesinados en Honduras y sobre el 90% de los crímenes sin resolver, la libertad de expresión no es un hecho práctico para todos. Con el nuevo código penal que entró en vigencia este pasado 5 de julio, artículos dentro del mismo amenazan amordazar la difusión de ideas que pueden considerarse disidentes ante ciertos grupos. Honduras, nuevamente, se ve débilmente calificada ante este requisito. 

En el cuarto calificador, Honduras tiene fuentes alternativas de información. Grupos como el Consejo Nacional Anticorrupción o la Asociación por una Sociedad Más Justa dan datos que son auditados antes de su publicación y son independientes de órganos estatales. Escasos datos alternativos, sin duda, pero eso es una deficiencia causada por la precariedad económica y no por una premeditación política o social. Por tanto, Honduras pudiese calificar de forma positiva. 

La autonomía asociativa, en ocasiones cuestionada, no se demuestra débil en Honduras. La creación de un nuevo partido político, mientras que riguroso, no es imposible hasta para el inexperto más grande, lo cual fue demostrado por la candidatura de Salvador Nasralla y su partido político, Partido Anticorrupción (PAC). Aun cuando la vida de este partido ha sido notablemente turbulenta, esto puede deberse al amateurismo político. Honduras califica positivamente en este calificador. 

Igual ocurre con la ciudadanía electoralmente inclusiva. Todos los miembros de la sociedad pueden y votan si así lo desean. Aunque hay números astronómicos de abstencionismo elección tras elección, eso es producto de la falta de confianza en los resultados, pero no sufren de restricción alguna excepto en casos relacionados a delitos. Sumando este último calificador como positivo, Honduras aprueba tres de los seis calificadores. Con sólo el 50%, claramente no sale como una verdadera democracia. 

Entonces, si no somos una democracia, ¿cómo nos llamaríamos? En mi opinión, sufrimos del peculiar problema de no ser más que una dictadura constitucional; un lugar donde todo aparenta ser hecho de acuerdo a las reglas, pero la concentración del poder viene desde la casa presidencial. 

Cómo tomada una página del libro de Alan García, dos veces presidente peruano, el actual mandatario tiene a su alrededor un control total de las instituciones claves del Estado: al legislativo, el judicial, el Banco Central, las cortes constitucionales, al Ministerio Público y al Fiscal General. 

Además goza de tener alrededor suyo amigos personales y fieles a él con los que comparte el poder, imponiéndose no sólo sobre el Congreso Nacional, sino también sobre su propio partido. El ejecutivo demuestra una falta de interés en quienes son los más calificados, midiendo la capacidad de ejercer cargo por qué tan leales son a él. 

Delatados, todos, por su adulación con tenebrosas similitudes a un culto de personalidad, nada más que este uno fallido ya que los cantos de aprobación no provienen de ciudadanos adoctrinados, sino de funcionarios y cuentas falsas que los administradores de redes sociales constantemente deben eliminar.

El actual gobierno no es solamente ejemplo de esta figura autoritaria, sino también de un populismo decadente; promesas vacías o mal ejecutadas, todas planeadas para alimentar a la corruptocracia que se encuentra en el poder. 

Honduras sufre en particular ahora, cuando compatriotas mueren bajo carpas en la lluvia, ahogados sin oxígeno. Pero espero que esto no siga siendo algo que nosotros veamos; lo desalmados que son y pueden ser, lo fríos e indiferentes ante el sufrimiento de una nación. 

Sobre la pesada bruma de muerte, corrupción, impotencia y rabia que impera, debe de nacer un espíritu de lucha constante contra un estado que a diario nos demuestra lo poco que le importamos, y se vuelve más y más inhumano. 

Con nuestras libertades bajo constante ataque, con una democracia sumamente debilitada, la juventud debe asumir el rol principal que merece y unirse en conjunto, poniendo como valores principales la libertad y la democracia. El momento de un cambio es ahora. Ahora es que se debe deshacer de estas anacrónicas prácticas y los dinosaurios políticos. No hay que esperar más por una mejor Honduras.

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Victor es el Director de Podcasts para El Milenio. Aficionado político y al beisbol.

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Victor Reyes
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