Como todo en la vida, hasta la globalización tiene su lado irónico. Mientras ha impulsado la riqueza, así mismo ha incrementado la pobreza, creando una polarización interna en todos los países. En nuestra cotidianidad podemos observar cómo la brecha entre clases sociales aún existe y cómo esta se vuelve más grande con el pasar de los años, dejando una parte de la sociedad atrás y normalizando este suceso bajo las conductas competitivas del capitalismo. Además, nos trata de convencer que es por elección y no por selección. Se nos ha enseñado que para que la sociedad funcione correctamente, tiene que haber una jerarquía. Hoy en día, pensaríamos: “Eso ya no es así, eso ya quedó en el pasado”, sin embargo, ¿cuántas personas conocemos que están la cima de la pirámide por sus méritos y cuántas están ahí porque siempre lo han estado?
Honduras es considerado un país de tercer mundo ya que constantemente se ve encrucijada en democracias débiles, corruptas y en regímenes autoritarios. A menudo es asociada con un poderoso clan que controla el cien por ciento de la riqueza del estado para su propio beneficio; riqueza que no está destinada a la prosperidad social y económica de la nación, y que deriva en gran medida de los acuerdos económicos y comerciales acordados con los países industrializados y de la gestión fraudulenta de los recursos del país. Naturalmente, como hondureños, estos hechos nos enfurecen. Cada vez que se me recuerda que mi país es un país de tercer mundo, el corazón se me retuerce. El potencial de nuestra nación es lastimosamente malgastado por el mal manejo de los recursos y por la falta de buenos líderes de mano firme que velen verdaderamente por el bienestar de nuestra nación.
A pesar de ello, a los seres humanos nos fascinan las divisiones; y como si un tercer mundo no fuera suficiente, existe también el cuarto. Antes de los 70, este término era acuñado al grupo de personas víctimas del reparto desigual de la riqueza en países del primer mundo. En la actualidad, dado al incremento de la pobreza, esta clasificación se ha vuelto más grande. Adicionalmente,, la globalización ha hecho muy difícil el lograr identificar a los países que pertenecen al tercer mundo hoy en día. Esto se debe a que en todos los países existen personas sumamente pudientes y personas sumamente pobres. La definición del cuarto mundo es, por ende, esta: el grupo de individuos que son excluidos generación tras generación de los derechos fundamentales, el progreso social y, en última instancia, de la participación de otros ciudadanos en la sociedad. Según la SICA, el 48.3% de la población hondureña es considerada pobre y el 22.9% están en pobreza extrema.
¡Bienvenidos al cuarto mundo!
El término “pobreza” muchas veces se ve satanizado; a nadie le gusta usarlo. Por este motivo, la palabra se ve minimizada a simples porcentajes en la mayoría de los casos. Es difícil pensar y preocuparse por porcentajes, por simples dígitos, pero se nos olvida que detrás de estos números lo único que hay son personas. Estas personas, sin pedirlo, son y siguen siendo privadas de derechos fundamentales y sienten que su voz no tiene ningún valor ante la sociedad en la que viven. En un país donde casi la mitad de sus habitantes caben en esta categoría, es incongruente el no señalar y alzar la voz, puesto que mientras no todos seamos libres, ninguno es libre en verdad.
Como jóvenes hondureños tenemos mucho trabajo por delante. Son 198 años de independencia, pero en realidad son 198 años en los que pocas veces se ha logrado algo remarcable para el beneficio de nuestra nación. Cada revolución ha terminado donde una vez comenzó, creando un círculo vicioso lleno de altibajos, pero sin salida. Es imprescindible botar el modelo viejo y crear uno nuevo, caminar en una línea recta sin vuelta atrás, olvidar los colores y las creencias que solo sirven como barreras divisorias, y luchar por que realmente importa; nuestra HONDURAS. ¿Y si no es nuestra generación la que para esta cadena de autosabotaje, quién lo hará? No nos dejemos llevar por palabras de las generaciones pasadas cuando nos dicen: “Yo también fui un revolucionario como vos.” No permitamos que nuestras ideologías y forma de pensar se olviden con el pasar de los años y no nos dejemos ser acatados a un sistema corrupto… un sistema que vio nacer el cuarto mundo y que morirá con él.
Mi nombre es Lindsay Nicole Pineda Mayorquin y nací un 11 de abril del 2001 en La Ceiba, Atlántida. He vivido la mayor parte de mi vida en un hermoso pueblito llamado Copan Ruinas. Donde realice mis estudios de primaria y secundaria en la escuela Mayatan Bilingual School.
Crecí en un lugar rico en cultura y lleno de gente carismática; sin embargo, con el pasar del tiempo me di cuenta de la necesidad que tenía mi pueblo de una mejor educación, sistema de salud y administración. Siendo esto el principal motivo porque el decidí estudiar la licenciatura en Relaciones Internacionales con orientación a las Ciencias Políticas. En la actualidad, estoy finalizando mi primer año de carrera y espero poder graduarme como licenciada en Relaciones Internacionales y Derecho. Mi mayor deseo en la vida es el crear una fundación para ayudar a todos los niños y niñas de Copan Ruinas y poder brindarles un mejor futuro.