Con el tradicional fervor nos adentramos a la celebración del 198 aniversario de la emancipación política de Centroamérica del gobierno español. Unos celebran y otros se manifiestan, lo que en esencia tendría que ser la conmemoración de una fecha de trascendencia histórica para la región la hemos convertido en una coyuntura más para el tira y encoje partidista. Unos dicen que no nos hemos librado del yugo colonialista, otros prometen la liberación de las garras intervencionistas; entre señalamientos y promesas nos hemos olvidado de la otra independencia que también importa, la del que piensa y no repite, la razón por sobre la acomodación.
El Estadio Nacional recibe nuevamente los desfiles de las escuelas públicas con sus acostumbrados números musicales; ya están advertidos, pueden bailar y cantar, pero habrá una frase que no podrán pronunciar, ¿libertad de expresión? En medio de los estruendosos llamados del Norte, los funcionarios públicos se alistan con sus despampanantes atuendos para sonreír y al son de los bailes, uno que otro movimiento dar, hay que mostrarse cercano a la gente, aunque sea para aparentar. En la oposición no hay descanso, no faltarán los cuestionamientos a la soberanía nacional, discurso que hace una década no lo pronunciaron, cuando las mieles del poder sí podían disfrutar.
Tendemos a mencionar constantemente a Francisco Morazán y a otros próceres, pero no hemos podido pasar del dicho al hecho, a seguir su ejemplo. Hemos normalizado la lealtad incondicional a un color político, o inclusive a un caudillo, comprando ingenuamente el estratégico discurso de izquierda contra derecha, ricos contra pobres y buenos contra malos, que nos ha llevado a enfrentarnos virtual y físicamente mientras dos que tres toman decisiones en el ¨lado oscuro¨ del salón.
Pensamos en grande queriendo combatir las fuerzas de potencias mundiales sin comprender la real y necesaria interdependencia de un Estado a otro en plena globalización. Y está bien, pensemos en grande, pero pensemos. Pensemos porque no solo se nos está acabando el agua, también la flora, la fauna…la democracia.
Pensemos, porque la tradicional militancia partidaria que se transmite de generación en generación es parte de la misma crisis que se hereda y que nos ha llevado a asumir la sensación de que más allá de un poderío político extranjero, hay nombres y apellidos que se han constituido como dueños indiscutibles de la nación.
Pensemos, porque durante casi dos décadas hemos comprado aires de cambio pero seguimos respaldando los mismos nombres en diferentes cargos.
En un entorno impregnado de odio y división no aparecerá un líder mesiánico capaz de resolver los problemas que hemos creado y vivido millones de ciudadanos. Necesitamos de todos y todas. Pretender delegar en únicamente en los jóvenes un proceso de cambio político y social es negar tácitamente la necesidad de incluir, dialogar y consensuar. El temor y el miedo siempre estarán presentes, porque de eso se alimentan unos y otros para permanecer en el poder, desde el oficialismo y la oposición.
Pasará el 15, y el 16 de septiembre llegará como cualquier día, con más desafíos y la necesidad de formular nuevas soluciones. Para ello debemos comprender que transitar este camino conlleva enfrentarse a todo tipo de vicisitudes, aciertos y errores. Lo importante es tener consigo el convencimiento de pensar, decir y hacer lo que la conciencia demanda, que quizás no será lo más popular, pero sí será lo correcto.
Abogado in fieri por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Miembro del equipo de investigación de la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ), capítulo de Transparencia Internacional en Honduras. Egresado del Programa para el Fortalecimiento de la Función Pública en América Latina. Columnista en diario La Tribuna. Apasionado por la buena política y el deporte.