Hay una conexión inseparable entre la muerte y el significado que le damos a la vida. El concepto de la inmortalidad se ha extendido entre generaciones humanas, pero tales creencias son extremadamente difíciles de defender racionalmente. No hay una forma clara de definir esta relación, ya que depende de si la muerte es el final de la conciencia o solo el comienzo de lo que viene después. Sin importar, la muerte no es opcional. Hasta que la tecnología se ponga al día, no tenemos más remedio que enfrentarla estoicamente, con valentía y optimismo. Hay grandes pensadores como Epicuro que argumentan que morir no es algo malo. Llegó a la conclusión que como humanos tenemos una tendencia a ser perjudicados por cosas que no experimentamos porque simplemente no nos damos cuenta de que estas amenazas no nos afectan. En el caso de tener la razón, su punto de vista implica que le sobre pensamos lo que vale nuestra vida al reflexionar sobre la muerte. Una vida larga no garantiza una vida con más significado y una vida infinita puede carecer de sentido.
Han habido muchos cambios en el campo de la filosofía en las últimas décadas. El capitalismo, por ejemplo, incrementó la responsabilidad de producir y también de consumir. Aumentó la satisfacción instantánea y así nació un mundo donde todo lo que se quiere se puede conseguir. La capacidad de comprar bienes que produjeron esta felicidad momentánea condujo a que todos vivieran del novedoso crédito, que resultó en crisis financieras más adelante. El valor del dinero se reinventó a medida que el exceso se puso de moda y dio luz a la noción de que es mejor comprar hoy y pagar las facturas más tarde.
También se vió el surgimiento del individualismo. Para las personas, la libertad económica resultó en la responsabilidad adicional de usar este nuevo poder para adquirir bienes y experiencias con objetivos relacionados al placer. En términos de la felicidad, quien quiera alcanzarla, tendrá que ir a buscarla por sí mismo. Más y más personas hoy en día se sienten motivadas a hacer lo que les gusta y practicar amor propio porque es parte de lo que consideramos vivir bien. La búsqueda de la felicidad proveniente de la sociedad que existe en los pensamientos fundamentales del pasado fue reemplazada por la responsabilidad del individuo de buscar como hacerse feliz.
¿Pero qué tengo que hacer para ser feliz?
Los humanos tienden a unir los conceptos de la felicidad y la justicia, sin embargo, no todos utilizan las mismas definiciones para estas palabras. Hay dos puntos de vista discutidos por Glaucón y Sócrates. Glaucón uso la historia del Anillo de Gyres para argumentar que una persona que hace lo que le plazca es feliz. Honestamente, ¿quién no seria feliz con un anillo de invisibilidad? Glaucón defiende su punto de vista imaginando a un hombre que no cumple con las reglas de una sociedad y se sale con la suya, usando la libertad como base. En cambio, Sócrates veía la justicia más allá de una condición política y se enfocaba más en el estado del alma de una persona. El pensaba que quien practica la justicia, contribuye al éxito de la sociedad y tiene el control de sí mismo es feliz cómo resultado.
Es difícil escoger un lado sobre otro. Estoy de acuerdo con Glaucón en términos del individuo, porque la libertad es la forma más simple de definir la felicidad. Descuidarla lleva a ser infeliz pero tener mucho de ella permite corrupción, ya que es indiscutiblemente humano ser egoísta. Por ende, Sócrates acertó en que somos seres sociales que necesitan convivir e interactuar con otros y que mantener el orden es esencial para el bienestar de la sociedad. Pero hasta cierto punto, sus ideales reprime las necesidades del individuo y hace mucho énfasis en cuidar a los demás.
Me cuesta compartir opiniones con los filósofos antiguos ya que el nuevo mundo y los avances tecnológicos dificultan la búsqueda de lo que es bueno y necesario para vivir. La realidad de que los bienes materiales y la autodependencia es lo que hace girar al mundo parece ir terriblemente en contra de las virtudes en las que creían Aristóteles y los demás. Ninguno pudo haber imaginado el mundo como es ahora, pero eso no es algo necesariamente malo.
Hasta ellos sabían que la felicidad no es (y no debería de) ser igual al dinero, el honor o el cumplimiento de deseos. Una buena vida debe centrarse en la contemplación y el aprendizaje, tanto en virtudes intelectuales como morales. No me considero una persona que ha comprendido la felicidad, pero sé que no existe en la deficiencia ni el exceso. Sin embargo, conozco muchos que simplemente sobreviven dentro de sus vidas ocupadas. La mayoría de las personas hoy en día argumentan que los “tiempos difíciles pasarán” y que las dificultades son necesarias para alcanzar el éxito. El sufrimiento parece ser un componente inevitable del crecimiento, pero me niego aceptar que esta es la manera de vivir.
En su lugar, deberíamos tomar tiempo para apreciar las cosas que contribuyen a nuestra felicidad, en lugar de verlas como problemas. Hay tantas cosas que doy por hecho: escuchar mi canción favorita en la radio, llamar a mi hermano, ir de fiesta un viernes. Estos son solo ejemplos, con la excepción de ver a mis amigos, de las cosas que el CO-VID19 me ha venido a hacer acuerdo. Hay muchas razones por las cuales debo sonreír, y son cosas que ignoro por los apuros de mi vida cotidiana. A medida que el mundo se ha detenido, todos hemos tenido la oportunidad de levantarnos.
No puedo poner en palabras lo que esta situación terrible ha significado para muchas familias en Honduras y el resto del mundo. Me pesa saber que hay muchas personas afectadas, pero tampoco puedo evitar estar agradecida por mis bendiciones. Soy privilegiada en el sentido que me puedo sentar a escribir este artículo, sin estar preocupada por salir a buscar que comer o pagar las cuentas sin tener trabajo. A los que están sentados en sus casas tomando clases por Zoom y pensando en cosas que hacer para pasar el tiempo, propongo que nos tomemos el tiempo de expresar nuestros sentimientos hacia nuestros seres queridos y de cuidar de nosotros mismos también.
Soy culpable de ser el tipo de persona que vive veinte pasos adelante. Siempre estoy esperando a que llegue una fiesta, el verano e incluso otros acontecimientos del futuro y el problema con esto es que hasta que ese momento no llega no me dejo ser feliz. Mi entusiasmo es alimentado por expectativas y mis propios sueños, pero sin darme cuenta me cegan. No me recuerdo de la última vez que me detuve para oler las rosas porque siempre tengo en mente “algo mejor que hacer”.
Es curioso como el destino siempre nos empuja al borde y nos pone en situaciones inesperadas, pero siempre acabamos en el lugar correcto en el momento correcto. En estas dos semanas de incertidumbre que han pasado desde que empaqué mi cuarto en la universidad erróneamente pensando que llegaría a Tegucigalpa pronto, me he dado cuenta que aunque hay cosas materiales que me hacen feliz, no cambiaría mi gente por ellas. Me hace sonreír pensar en los que son importantes para mí, e incluso aquellos que no piensan mucho en mí en estos días pero no hago nada al respecto. Ofrezco consejos en tiempos difíciles, expresó cuánto los quiero y mantengo el contacto con mi familia y amigos pero lo hago sin mucha profundidad. He caído en cuentas que guardo mi agradecimiento para los mensajes de feliz cumpleaños y las despedidas, cuando no debería ser así.
Siempre he pensado que la vida no se detiene por nadie pero hoy por hoy se ha detenido por nosotros. Esta cuarentena puede ser una oportunidad para tomar una pausa dentro de nuestras vidas ajetreadas y abrir los ojos. Deberíamos de sentirnos agradecidos todos los días por todo lo que tenemos, los problemas que no tenemos y todas las personas que conocemos. El simple hecho de que desperté por la mañana es una bendición (por más cursi que parezca).
Por esto mi propósito en esta cuarentena no está relacionada con leer libros, empezar a ejercitar o comer saludable porque son cosas que deberíamos de hacer aun sin estar encerrados. Estoy determinada a estar más agradecida y los invito a intentarlo, aunque no sea un challenge de los que publicamos en Instagram. Conlleva cierta urgencia el hecho que solo hay una vida y no podemos desperdiciarla; es hora de dejar las excusas para otro día porque simplemente existir no es suficiente para estar vivos y estar ocupados no es suficiente para ser felices.
Patricia Castillo es una joven de 19 años, estudiante de Negocios y Planificación Urbana en la Universidad de Carolina del Norte - Chapel Hill. Es creyente en el poder de las palabras, experimentada en dar consejos y apasionada por la buena música y los humanos. Su objetivo es formar parte de una mejor Honduras tanto en su vida personal como profesional.