En pocos días, estaremos convocados a elecciones generales, donde tendremos que votar por los próximos representantes a las alcaldías, Congreso Nacional, y presidente o presidenta, quienes tomaran lo puestos de elección pública para tomar las decisiones más importantes de nuestra nación. Es difícil en un país con altos índices de corrupción y poca credibilidad en los procesos electorales por parte de los votantes, creer que tendremos un proceso transparente, dado que seguido nos encontramos con diversos actos de corrupción que ya no cabe más ser decepcionados y sorprendidos una vez más.
Hay quienes se niegan a participar porque se ven distantes a cumplir con el ejercicio político porque sus “representantes” son disolutos. No lo digo por los que son honestos, lo escribo por los corruptos que no nos representan y que descaradamente se postulan. Éstos no responden a las necesidades verdaderas de las y los votantes, y como resultado tenemos personas que entienden que quienes están en política partidaria se han servido de ella para obtener beneficios personales. Para otros, sencillamente el compromiso social no les mueve, decidiendo preocuparse más en su bienestar que en la construcción de un orden social justo y participativo.
¿Qué hacer entonces? Tenemos un panorama, no solo sombrío, sino también trágico y hasta apático, con una población cansada de tanta corrupción. Lo que debemos hacer es reencantar a quienes se han desilusionado, animar a quienes han perdido la confianza en la democracia y mostrar a quienes pretenden desconocer la necesidad del otro, que la vida alcanza su perfección posible en comunión con los demás.
Sobre este tema al respecto y no olvidando que la fe y la política son conceptos independientes uno del otro, y considerando el cristianismo lejos de ser un fanatismo, tiene mucho que decir, pues exige una mirada crítica de la realidad a nuestro alrededor. Debemos tener una mirada atenta, analítica y propositiva para poder vivir en el sano ejercicio político porque una fe comprometida ilumina el actuar del creyente en la sociedad.
El compromiso social y nuestra fe se complementan. Tener a Jesús en nuestro corazón implica un desarrollo integral en el ser humano que va más allá de leer una literatura de antaño.
Como nos cuenta Miqueas 6:8 que hagamos justicia, amar misericordia, y humillarnos ante Dios; el cristiano está llamado a comprometerse activamente en los procesos sociales. Hacer justicia significa actuar de manera honorable con Dios y con otras personas y no puede comprenderse a sí mismo como un mero espectador o sólo como su voz crítica. Ser cristiano implica vivir a diario las buenas acciones y amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Podría poner un ejemplo: la caridad (que en su lectura social llamamos solidaridad) que como tal ha de expresarse en obras. Sin embargo, se debe trabajar para que estas obras. No lleguen al punto de ser asistencialistas y que cada acción sea sostenible, bien pensada, y estructurada en base a las necesidades existentes y es ahí donde entra el trabajo integral entre el compromiso social y la fe.
Finalizo diciendo que, la fe no es un simple acto que se deriva de otro, es vivir un estilo de vida basados en los principios y valores cristianos donde el ser humano se esté desarrollando, encontrándonos del mismo modo, la política en todos lados y el poder de ejercerla bien. Está en nuestras manos. Debemos ser capaces de superar lo que nos aleja de una política mal vivida. Es por eso que animo a cada persona creyente y no creyente que vaya a ejercer el sufragio de forma sabia teniendo la mayor consideración en el beneficio común del pueblo, tomando el máximo ejemplo de Jesús como el ser que nos mostró la verdadera justicia social. Las prácticas impropias de algunos servidores públicos no deben justificar abstenerse de opinar, actuar, proponer y participar democráticamente.
Nota: Las palabras contenidas en el presente artículo representan exclusivamente la opinión de la autora. El Milenio es una organización no partidaria y sin afiliación ideológica.