La pandemia del COVID-19 podría considerarse como un arma aniquilante para las naciones si se subestima su fuerza letal, corriendo mayor riesgo aquellos estados desprovistos de fuertes sistemas sanitarios. Sin embargo, hay factores que pueden ser más mortíferos que la inefectividad salubre: la decadencia social, cultural y moral, “la falta de ley e irrespeto sin fundamento hacia ella”, la “pérdida de disciplina económica” y una “creciente burocracia”. Estos son factores que llevan a las naciones al declive, según dice el Dr. Jim Nelson Black en su libro “Cuando mueren las naciones”. Estos componentes son fácilmente percibidos en la nación hondureña, pero ¿cómo es que las naciones mueren sin necesidad de enfrentarse a guerras, genocidios o pandemias como la que actualmente vivimos?
Para el sociólogo francés Marcel Mauss, “la nación es una sociedad material y moralmente integrada, relativa unidad mental y cultural de los habitantes que se adhieren conscientemente al Estado y a sus leyes”. ¿Estaremos los hondureños integrados moralmente bajo una misma visión que nos lleve a tan esperado desarrollo social, o al menos estamos acatando las normas de prevención de la pandemia? El gran filósofo del Islam Ibn Jaldún en su obra Muqaddima o Prolegómenos del año 1377 hace parecer a los pueblos como seres humanos. Explicaba bajo fundamentos en historiografía, sociología y demografía que los pueblos nacen, se desarrollan y mueren. Esta doctrina posteriormente fue sustentada por el filósofo otomano Katip Çelebi.
Siguiendo este pensamiento, oficialmente la República de Honduras nació el 15 de septiembre de 1821, y con ella se desarrollaría la nación hondureña. Desde esa fecha hemos tenido progreso y también retrocesos. Por ejemplo, el 11 de enero de 1982, nuestra nación desarrolló una nueva era democrática, creándose en esa fecha la actual constitución política. Ahora solo nos resta identificar la etapa de muerte. Las antiguas civilizaciones o Estados como la Unión Soviética y Yugoslavia tuvieron grandes crisis provocando su extinción. Ubiquemos esta lamentable etapa de un país en nuestra amada patria. ¿Ha muerto Honduras? ¿Ha muerto nuestra gente? ¿Se ha extinto la conformación territorial? La respuesta es compleja, pero la realidad es que Honduras no ha muerto, sin embargo, agoniza.
La convulsión social es evidente, desalentando a los emprendedores, sin embargo, en crisis como esta es cuando pueden surgir grandes ideas; a los extranjeros les desmotiva su intención de inversión. La histórica pobreza, corrupción, baja educación y salud son enfermedades que matan a Honduras, no obstante, prevalece la incultura, siendo responsable la población que frecuentemente es influenciable. Convivimos con neófitos que absorben cualquier simpleza que les llame la atención, por ejemplo: las “narco novelas” que se transmiten en televisión. Esto ha generado un romanticismo y fanatismo hacia la cultura podrida de los narcotraficantes que tanto daño nos han causado; la falta de identidad propia es un arma muy moderna y poderosa para matar a una nación. Otro virus con el que vive Honduras aparte del dengue son las maras y pandillas, aunque se debe reconocer que en muchas ocasiones las personas son obligadas o integradas por necesidad, ya que no tienen más alternativa que formar parte de estas filas del terror. El reclutamiento por parte de estos indeseables parásitos es una estratégica arma para matar a una nación.
Estimado lector, ya seas un servidor público o ciudadano en general y deseas matar a una nación; quítale o desmejora la educación a los niños, róbate el dinero de los fondos públicos que con mucho esfuerzo cada uno de los ciudadanos responsables aportamos. Limita el acceso a la justicia, restringe la libertad de pensamiento, obstruye la iniciativa de emprendimiento, juzga y critica sin fundamento, se imparcial y deshonesto, olvídate de la ética, ten mucha envidia a tu conciudadano, compañero de trabajo, hermano y vecino, imita lo malo, no sigas las normas sociales, haz todo lo posible por perder tu idiosincrasia e identidad, no seas auténtico, copia modas, no hagas nada cuando otro hondureño necesite de tu ayuda, quédate callado ante las injusticias, pierde tus valores y habrás matado a una nación.
¿Cómo no matar a una nación? Haz todo lo contrario, pero sobre todo sé próspero de pensamiento, sigue el consejo de los más sabios, y compórtate como un ciudadano honorable; no sigas modas absurdas sin sentido, no pierdas lo más valioso de tu personalidad, destaca tus virtudes y promueve la cordialidad y empatía. Aprovecha correctamente la tecnología, el arte, el deporte y la sana información. Esto puede ser un antídoto muy eficaz para contrarrestar aquello que mata a una nación; que no sea la desobediencia y la incultura lo que nos lleve a la muerte en estos tiempos ni en los próximos.
Allan René Andrade es un estudiante de último año de las carreras de Derecho y Relaciones Internacionales en Unitec Tegucigalpa, tiene 23 años y desde hace 4 años es paralegal en la empresa de su padre.
Es miembro de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia y de Conectando Líderes, ha participado en distintas ocasiones en proyectos sociales y académicos, siendo campeón nacional de debate por las Universidades Laureate en Honduras, a la vez ha logrado distinciones como mejor delegado y director de modelos de Naciones Unidas. Allan continua su formación realizando diferentes cursos en temas de Democracia, Ciencias Políticas y Diplomacia en prestigiosas universidades como Yale, London University y la Universidad de Ginebra. Sus objetivos son contribuir a la Justicia Social en Honduras y fomentar la participación de los jóvenes en política para propiciar la generación de cambio como futuros tomadores de decisiones.