Todos hemos experimentado el amor —ese sentimiento universal que nos atrapa profundamente, que nos hace trasnochar y que nos quita uno que otro suspiro; ese que posiblemente expresamos a diario— demostrándolo en un sinfín de maneras y en todos los sentidos. Pero la verdad es que no lo estamos comunicando ni expresando de manera correctamente. A continuación, les explico por qué.
La mayoría de nosotros hemos caído en las redes del amor unas cuantas veces a lo largo de nuestras vidas; usar la metáfora “caer” es realmente la mejor manera para hablar de esa experiencia. Cuando pienso en esta metáfora, inmediatamente imagino una caricatura —como si hubiera una persona que camina por la acera y, sin darse cuenta, se tropieza con una alcantarilla y cae hasta el fondo de ella sin salvación alguna. Me lo imagino de esta manera porque caer no significa saltar; saltamos cuando queremos, pero caer es incontrolable y accidental. Además, ocurre sin nuestro consentimiento. ¿Será esta la manera adecuada de comunicarnos sobre el amor o las relaciones?
Me gustaría decir que muchas, si no la mayoría, de las metáforas que usamos para hablar del amor son un problema, ya que en el amor nos caemos, nos ahogamos, nos quedamos sin aire, sufrimos, somos todo o nada, morimos, ardemos de pasión, enloquecemos, y luego, todo eso nos enferma— lo que conlleva a que nuestros corazones nos duelan, y consecutivamente se quiebren. Todas estas palabras que hacen alusión a metáforas, proyectan el sentimiento y experiencia de amar a alguien de una manera violenta o implican la enfermedad extrema, posicionando a la persona enamorada como una víctima de las circunstancias imprevistas y totalmente inevitables que el amor produce.
Entonces, ¿cómo sucedió esto? ¿Cómo llegamos a asociar el amor con un gran dolor y sufrimiento? Y, ¿por qué hablamos de esta experiencia increíblemente buena como si fuéramos víctimas?
Cuando hablamos del amor romántico, encontramos metáforas en todas partes. Esto lo podemos observar en películas, series de televisión, revistas, blogs, libros, poemas, e incluso en la historia de la cultura occidental, donde muchos comparan al amor con una enfermedad mental. Uno de los ejemplos más conocidos es William Shakespeare, quien declara que “el amor es pura locura”. Friedrich Nietzsche también hace referencia a esto, diciendo: “siempre hay una locura en el amor”. Asimismo, Pedro Calderón de la Barca expresa que “cuando el amor no es locura, no es amor”, y Manuel González Prada manifiesta: “es locura el amor y poco dura”.
Me enamoré por primera vez a los 22 años, y fue una relación bastante inestable desde el principio. Fue a larga distancia, así que para mí eso significaba altos muy altos, y bajos muy bajos. Puedo recordar un momento en particular: estaba sentada en la silla del comedor haciendo tareas un viernes por la tarde hasta que me llegó un mensaje de despedida. Él y yo habíamos discutido por días y todas las conversaciones se volvieron sensibles. Por ende, llegamos a un punto de ruptura. Recuerdo claramente cómo me sentí al ver el mensaje; era un sentimiento de profundo dolor.
En ese momento me quedé congelada, sentada y sin poder continuar mi tarea. Luego me eché a llorar en mi habitación. Al rato busqué consuelo en mis amigas, pero, a pesar de mi sufrimiento, una pequeña voz en mi cabeza pensó: “esto es el verdadero amor. Si estoy sufriendo, es porque lo amo”.
Claramente, alguna parte de mí quería sentirse miserable en el amor. Esto suena tan extraño para mí ahora, pero a los 22, anhelaba tener una experiencia de amor que fuera todo o nada. La ruptura significaba que ya no había nada, y eso causó que el dolor atravesara en mí. En ese momento, fui irracional; estaba furiosa y devastada, y de manera bastante extraña, pensé que esto justificaba de algún modo los sentimientos que tenía por el tipo que acababa de dejarme por mensaje de texto, estando a 4454.1 km de distancia.
Mi mejor amiga y yo salimos a ver una banda ese mismo día… ¡mi salvadora!, y en medio de una canción, en un salón medio construido en Casa Quinchon, recibí un mensaje en el celular: “Tienes que saber que te amo”. En ese segundo pensé, “qué terrible y a la misma vez bonito es el verdadero romance… pareciera de película”. Esperaba enloquecer y sufrir con mi primer amor, y, por supuesto, cumplí esa expectativa muy bien. Pero, ¿amar a alguien así? No era bueno para mí, ni tampoco para él.
Creo que en cierta forma quería sentirme un poco loca, porque pensé que el amor funcionaba así. Esto realmente no debería sorprendernos, considerando que, según Spotify, hay más de 30 canciones –hasta con remix– y 4 álbumes con el título “Crazy Love”.
Pero sospecho que esta experiencia de amor no es tan inusual. Casi todos nos hemos sentido un poco locos en la primera etapa del amor romántico. De hecho, hay investigaciones que confirman que esto es algo normal, porque, neuroquímicamente hablando, el amor romántico y la enfermedad mental no se distinguen tan fácilmente.
Un estudio de 1999 mediante análisis de sangre confirmó que los niveles de serotonina de personas recién enamoradas son muy parecidos a los niveles de serotonina de personas a las que se les diagnosticó un trastorno obsesivo-compulsivo. Los investigadores creen que los bajos niveles de serotonina se relacionan con el pensamiento obsesivo sobre el tema del amor, que se compara con la sensación de que alguien vive en el cerebro. Asimismo, los bajos niveles de serotonina están asociados al trastorno afectivo estacional y a la depresión. Evidentemente, el amor está asociado a cambios en el estado de ánimo y el comportamiento.
Durante ese año pasé por un sinfín de emociones y conductas negativas. Seguí estando en contacto con mi ex pareja, tratando de estar pendiente y oír del tipo que amaba. Tenía esta dolorosa aflicción y fue probablemente el año más infeliz y triste de mi vida, pero sentía como si era mi trabajo ser miserable. Yo pensaba que, si podía ser miserable, le demostraría cuánto lo amaba. Consecuentemente, si podía demostrarlo, tendríamos tal vez una oportunidad de volver a estar juntos.
Esta es la verdadera locura, porque no hay ninguna regla cósmica que diga que el sufrimiento equivale a una gran recompensa. No hay por qué distorsionar el significado del amor, tratando de justificar frases como “amor sin dolor no es amor”, “el que ama sufre” y “el amor todo lo soporta”. Buscando razones y creado un ciclo distorsionado en donde el amor es poderoso y a veces doloroso.
Nuestras experiencias de amor son biológicas y culturales. La biología nos dice que el amor es bueno, activando las sensaciones de recompensa en el cerebro, y es doloroso cuando, después de una pelea o ruptura, la sensación neuroquímica se retira, provocando hasta somatizaciones. De hecho, neuroquímicamente hablando, pasar por una ruptura es como pasar por la desintoxicación de cocaína.
Lo que me sorprende es que la mayoría de las personas parecen querer ambos sentimientos. Anhelan un amor que sea una locura, que sea apasionado y que dure toda la vida, pero al mismo tiempo buscan la explosión de sentimientos, siendo uno de estos el sufrimiento cuando la relación no alcanza esas expectativas.
Para mejorar esto, necesitamos cambiar nuestra cultura o cambiar nuestras expectativas. Sé que no es un trabajo simple, pero, ¿Qué pasaría si fuéramos todos menos pasivos en el amor? ¿Si buscáramos ser más asertivos, más generosos y en lugar de enamorarnos, nos abriéramos al amor?
En el libro “Metáforas por las que vivimos”, los lingüistas Mark Johnson y George Lakoff argumentan que las metáforas dan forma y dirección a la manera de experimentar el mundo y que incluso pueden actuar como una guía para acciones futuras.
Sin embargo, ellos sugieren cambiar las metáforas que utilizamos y en vez buscar nuevas formas de expresarnos sobre el amor. Ambos autores miran al amor como una obra de arte colaborativa, y realmente me gusta esta forma de pensar. Johnson y Lakoff hablan de todo lo que implica la colaboración en una obra de arte: esfuerzo, compromiso, paciencia, y objetivos compartidos. Estas ideas favorecen en nuestra cultura al compromiso de las relaciones a largo plazo, pero también funcionan bien para otros tipos de relaciones, ya sea de amistad, familia, a corto plazo, casuales, no monógamas o formales, porque esta metáfora trae ideas mucho más complejas a la experiencia de querer a alguien.
Así que, si el amor es una obra de arte colaborativa, entonces el amor es una experiencia estética; es belleza y se contempla. A través de la metáfora, el amor es impredecible; es creativo y dinámico; el amor requiere paciencia, comunicación y disciplina; es frustrante, emocionalmente exigente y muchas veces se estanca; no solo implica alegría y dolor, sino también un sinfín de emociones; y finalmente, es una experiencia diferente para cada persona.
Por mucho tiempo nunca se me pasó por la mente permitirme exigir más del amor. Tenía la creencia que se tenía que aceptar cualquier amor que se me ofreciera porque el amor es incontrolable e incondicional. Esto me causó mucho daño, pero me mostró que la forma en la que se habla del amor cambia totalmente las relaciones.
Replantearse el amor como algo que se va a crear con alguien que se admira, en vez de algo que pasa sin control o consentimiento, es empoderamiento— es exigir un amor de calidad. Y replantearse esta idea no es sencillo; claramente sabemos que el amar, o querer, puede ser loco y abrumador, y hasta confuso algunos días, pero, es parte de la misma relación; Es vital establecer una comunicación con respecto a cómo se espera que la relación avance.
Esta versión del amor no implica ganar o perder el afecto de alguien. Tampoco implica amar si se está junto u odiar si se está separado, y definitivamente no implica ser feliz o miserable. En cambio, pretende confiar en la pareja y hablar cuando confiar parece difícil— algo que suena muy simple, pero es un acto rebelde; que requiere mucha fuerza y valor—. Igualmente, se busca dejar de pensar enteramente en uno mismo y en lo que se gana o se pierde en la relación. En vez, se busca pensar en qué tenemos para ofrecer al otro. Esta versión del amor nos permite decir cosas como: “No somos muy buenos colaboradores, tal vez esto no es para nosotros”, o “esa relación no duró tanto como lo esperaba, pero fue algo hermoso”, o “creamos una obra hermosa y es tiempo de admirarla”, o “sigamos creando juntos”. Lo impresionante de la obra de arte colaborativa es que no se va a pintar o dibujar o esculpir a sí misma, sino que se realiza en conjunto.
Valeria Ramos, hondureña de 25 años de edad es una psicóloga con énfasis clínico egresada de CEUTEC, con un diplomado en Primeros Auxilios Psicológicos para Personas Migrantes, Refugiadas y Desplazadas. Ha trabajado en diversos proyectos con la RDS, OIM y Grupo Sociedad Civil. Actualmente es miembro activo de Equipo Hondureño de Acompañamiento Psicosocial (EHAPS). Apasionada por la escritura comenzó una página llamada “Té Cognitivo” donde busca hablar de temas de interés actual y novedosos para lograr un mejor manejo de actitudes, conductas y emociones.