Vivimos en la era de la información. Debido a los avances tecnológicos y a los medios de comunicación, nos ha sido más fácil estar informados sobre los diferentes temas que abarca el mundo; y gracias a la globalización, países que están separados por continentes han podido comunicarse como si fueran vecinos y se han extendido la mano en momentos de crisis.
Esto se refleja en la actualidad, ya que hoy en día nos enfrentamos a un nuevo antagonista en la escala global. El llamado COVID-19 nos ha puesto a todos en la cuerda floja. Cierto es que el virus ha alterado la vida del humano en el ámbito social, económico y político. Microscópico pero potente, él no tiene preferencia de edad, género, color o estatus— puesto que a todos nos hace temblar de nervios.
Gracias al intercambio de información global, nos dimos cuenta de su existencia, su propagación y las diversas formas de prevención. No obstante, el mismo intercambio de información arrastra una ola de desinformación. Con respecto al virus, la información falsa es divulgada tanto con consejos de salud perjudiciales como con teorías conspirativas insensatas.
Es por eso que hoy más que nunca es importante recordar el valor del periodismo transparente, valiente y objetivo. Afortunadamente desde 1933 se conmemora el Día Mundial de la Libertad de Prensa, que, decretado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se celebra cada 3 de mayo. Según la ONU, en esta fecha se homenajea a aquellos periodistas que han puesto sus vidas en peligro, por decisión profesional, con el fin de proveer la sociedad con noticias honestas y promover el flujo de libre información.
Esta fecha coincide con el aniversario de la Declaración de Windhoek, en la cual periodistas africanos manifestaron los principios de una prensa libre. Este documento ha tenido influencia de magnitud mundial, ya que es una afirmación crucial de la comunidad internacional a cometerse a la libertad de información.
El expresidente de Honduras, Vicente Mejía Colindres, firmó un acuerdo en el año 1930 que declaraba que cada 25 de mayo se celebraría el Día del Periodista en la nación. Este documento ilustra la promesa que hizo un día el gobierno hondureño; la promesa de honrar a todas aquellas personas que ofrecen su voz valerosa para investigar, publicar y narrar sobre los temas de interés público.
A pesar que en el mes de mayo pudimos celebrar la libre expresión, muchos seguimos luchando contra la antítesis: la censura de ella. En muchos países hay una gran opresión, sino total, en los medios de comunicación— lo cual hace el compromiso a respetar este derecho casi nulo. Tristemente para nuestra Honduras, esa también es la realidad.
Según las estadísticas de la organización no gubernamental internacional Reporteros Sin Fronteras (RSF), que reflejan la libertad de prensa en el mundo, Honduras se encuentra en el puesto 148 de los 180 países clasificados este año. Nuestra madre patria está justamente un puesto debajo de Venezuela y uno arriba de Rusia. Claramente, esto no es nada de la cual estar orgullosos; no lo es para Honduras, ni para ningún otro país en donde ciudadanos luchan constantemente contra la censura y opresión del gobierno a la libre información.
En Honduras hay numerosos casos en dónde se ha demostrado información siendo alterada y la verdad siendo callada. Según el RSF, desde el golpe de Estado que llevó a cabo en el 2009, la prensa hondureña “ha sufrido una lenta caída.” Asimismo, se ha evidenciado que el grado de impunidad en el país es uno de los más altos de todo el continente de América. De hecho, más del 90% de los crímenes se encuentran en impunidad total.
En la actualidad, hay un aumentado control de la información de parte del gobierno. Los periodistas que son considerado “demasiado críticos” han sido de alguna forma u otra silenciados. En años pasados algunos reporteros han sido incluso asesinados debido a su labor periodística. Los casos más recientes incluyen: Edgar Joel Aguilar (Canal 6 y Cablemar TV) y Leonardo Gabriel Hernández (Valle TV), ambos siendo acribillados en el año 2019. Aguilar narraba mayormente sobre eventos locales, la violencia y criticaba frecuentemente la estructura de las “maras” locales. El joven periodista había recibido amenazas de muerte e intentos de asesinato en el pasado. Por esta razón, él acudió a las autoridades para protección; sin embargo, eso no impidió que se le disparara hasta la muerte. Similarmente, Hernández, que discutía asuntos sociales y criticaba la política nacional, también fue asesinado. Él igual había recibido amenazas relacionadas con su trabajo anteriormente y había solicitado asistencia de parte del mecanismo de protección nacional para periodistas y de defensores de derechos humanos en el 2018. Estas solicitudes fueron sin embargo denegadas.
El pasado 1ero de julio, el periodista Germán Vallecillo Jr. y su camarógrafo Jorge Posas fueron acribillados en la ciudad de La Ceiba. Ambos laboraban para el Canal 45. Tanto a nivel nacional como internacional se exige que se lleve a cabo una investigación exhaustiva sobre el asesinato, y así esclarecer si el ataque fue realizado por su labor periodística. Es más, Natalie Southwick, coordinadora del Programa de Centroamérica y Sudamérica del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) hace un llamado al gobierno hondureño, declarando que “debe poner fin a la impunidad generalizada que ha prevalecido en los casos de asesinato de periodistas”.
Hoy en día, no sólo los periodistas, sino también todos los hondureños que quieren exponer las injusticias en el país, corren el mismo riesgo que estos comunicadores sociales. Muchos prefieren acudir al exilio o al anonimato para evitar este despiadado destino.
Es por esto que quiero hacer énfasis en la obligación que tenemos nosotros como jóvenes hondureños: Todos, no sólo unos cuantos, debemos alzar la voz contra la injusticia y debemos expresarnos de forma imparcial, para que nuestras acciones tengan un impacto que realmente dure.
La valentía que sentimos que nos falta está verdaderamente dentro de nosotros, sólo hay que dejarla surgir. Hay unos que encuentran ese coraje más rápido que otros, más sin embargo, absolutamente todos nosotros poseemos esa virtud.
Es nuestra responsabilidad ayudar a aquellos hermanos catrachos que no se pueden levantar solos y ser la voz de todos aquellos compatriotas que no pueden ser escuchados. Cuando hablamos sin reservas y sin mordernos la lengua, nos damos cuenta que hay personas con pensamiento similar y que están dispuestas a unir fuerzas para cambiar ese algo que carece en la sociedad.
Nosotros, los jóvenes hondureños, realmente somos el futuro de este país. Somos los que decidiremos si marcaremos la diferencia para la nación o dejaremos que nuestras costumbres pasadas la lleven a la decadencia. Si queremos vivir en un país que respeta la circulación de información libre y que se desarrolla como país ejemplar, tenemos que nadar contra la corriente. Si queremos levantar a nuestra Honduras, tenemos que apoyarnos mutuamente y alzar nuestras voces ante la corrupción y las injusticias políticas, sociales y económicas— problemáticas que nos persiguen desde ya mucho tiempo. Es tiempo de poner un alto.
Así que a vos, joven hondureño, te invito hoy a ser un agente del cambio— ese que podrá decir: “Juntos sacamos a nuestra Honduras adelante.”