¿Qué haría si no tuviera miedo? Esta es una pregunta que ha marcado mi vida. Al describirme, hay muchas palabras que vienen a la mente: hija, hermana, esposa, amiga, ingeniera, escritora. Hay tantas cosas que me definen. Me he regalado la oportunidad de perseguir mis sueños, y he peleado hasta conmigo misma para no dejar que el miedo me frene.
Mi familia siempre ha estado al centro de todo, en especial en mi amor por la escritura y literatura. El crecer junto a mis abuelos tuvo un gran impacto en la trayectoria de mi vida. La relación especial con mi abuelo es la que sembró esa semilla del escribir. Mis memorias de él son caracterizadas por su figura rodeada de libros, siempre recomendándome libros y artículos para leer.
Recuerdo empezar a escribir creativamente a los ocho años. Mis primeros intentos en la escritura eran historias, muchas sobre ángeles. Años después, al entrar a la adolescencia, la escritura tomó un segundo lugar. Aunque siempre mantenía libretas y cuadernos, la lectura se mantuvo una parte esencial de mi vida. A lo largo de mi tiempo escolar y mi carrera universitaria, siempre me encontraba con un libro en mano.
Cinco años dentro de mi carrera trabajando en una empresa naviera, mi abuela falleció inesperadamente. Este momento llevó a un giro en mi vida, a un antes y después marcado por esta pérdida. Comencé a replantearme preguntas sobre mí misma, a reconsiderar mi vida y las preguntas que nunca le hice a mi abuela. Esa semilla de escribir que a mis ocho años se plantó, volvió a surgir en estos momentos. Aunque siempre quise escribir, hasta ahora no había hecho ese salto. Decidí comenzar un fondo de ahorros para poder tomar tiempo fuera de mi trabajo y poder comenzar mi libro. Cuatro años después de comenzar este fondo, llegué a mi meta de ahorro.
Aún llegando a esa meta, tenía miedo de ejecutar mi plan y dejar mi trabajo. Primero, me propuse que iba a escribir mi libro en un año. Dejar mi trabajo se sentía como un gran salto, así que le traté de poner una fecha de vigencia al reto. Pronto entendí que no se le puede poner un número a todo. Tuve que tener la conversación conmigo misma que si me tomaba más tiempo de lo esperado, estaba bien. Tenía que aceptar los retos que se me pusieran por delante, y dejar el gran miedo a tomar esta decisión. El miedo fue algo que me ataba mucho. El miedo a dejar todo lo que conocía, a dejar mi carrera por la que tanto había trabajado, el miedo a las reacciones de mi familia.
Ahora, todos esos miedos se ven pequeños en comparación a los sentimientos que escribir mi libro ha traído. Ver el impacto que mi libro ha tenido y ver las reacciones de quienes lo leen, trae sentimientos que son tan difíciles de explicar. Es una felicidad auténtica, que no viene de un lugar de ego, es más una realización que mis palabras sí tienen valor y que mis lectoras y lectores me han dado un espacio para compartir mis palabras.
Mi libro es simple y honesto. Lo escribí esperando que se leyera como una conversación. Sin decorar las cosas, lo escribí con el propósito que todo el que lo leyera se hiciera la pregunta que tanto me hice yo a lo largo de mi vida: ¿qué haría si no tuviera miedo?
Con la publicación me di cuenta que ya no era solo algo personal, sino algo que llegó al corazón de muchas personas. Mujeres de todas las edades y de varios países me han contactado para contarme la historia de sus vidas y cómo el libro las ha marcado. Incluso jovencitas de trece años me decían: “Wow, me identifico mucho con esto”, y me explicaban con una forma de expresarse tan elocuente y madura, por qué se identificaban específicamente con esa parte. A veces me levantaba con mensajes que me hacían llorar porque eran tan impresionantes. Todo esto no hubiese sido posible sin las redes sociales, ya que estas te dan la oportunidad de interactuar con gente en privado. Mi página, @emandtheshelf, empezó como una solución para la pandemia y para promocionar mi libro, pero me regaló algo más grande: una comunidad. Al final de cuentas, lo que importa no es la cantidad de lectores que uno tenga, sino las reflexiones que traen ellos.
Desde que he podido conectar más con las personas de mi país, me he dado cuenta que necesito ser más activa y comprometida con las cosas que pasan en Honduras. Me siento inspirada en ser parte del cambio que los jóvenes, como ustedes, están tratando de hacer. Actualmente estoy en el proceso de descubrir dónde puedo contribuir más a mi sociedad. Sobre todo, quiero involucrarme en proyectos de activismo social para las mujeres hondureñas. Deseo que más niñas se empiecen a hacer la pregunta, ¿qué haría si no tuviese miedo?, y así revolucionar el mundo. Es tiempo que nosotras, las mujeres, reclamemos nuestro espacio en la sociedad hondureña. Y no solo las mujeres deberían de hacerse esta pregunta. Todos los jóvenes deberían de adoptar esta mentalidad y dejar el miedo a las respuestas que salgan. Si realmente queremos hacer el cambio, no podemos dejar que el miedo nos conquiste.
Por eso, jóvenes hondureños, no dejemos de aprovechar las oportunidades que tenemos para educarnos y para educar a otros. Tenemos que trabajar juntos para brindarle la oportunidad de educarse a las personas que no tienen los recursos o los medios; todos la merecemos por igual. Tampoco perdamos de vista lo que es realmente importante. Hoy en día nos encontramos en un boom digital, donde nos podemos conectar con otros a través de las redes sociales. Sin embargo, hay que saber cómo usar la tecnología para el bien. La mayoría de los problemas que enfrentamos en el país no se encuentran a través de una pantalla; están, de hecho, a nuestro alrededor constantemente. Así que acordémonos de levantar la vista del celular y luchemos juntos por el bien de nuestro país. Ahorita, más que nunca, Honduras nos necesita.
Con cariño,
Marcela Franco