En noviembre del 2017, el Papa Francisco convocó a la primera Jornada Mundial de los Pobres, donde nos animaba a realizar obras de misericordia con quienes tienen menos. Acudiendo a la llamada del Santo Padre, un grupo de amigos nos organizamos para ir un domingo en la mañana a desayunar con indigentes en el Parque Central de Tegucigalpa. Además de compartir la comida, el plan era desayunar juntos, platicar y conocer las realidades de aquellas personas que viven en el parque. Me impactó la impresionante cantidad de personas que viven ahí; familias que pasan días hostiles entre el hambre, la falta de techo y noches frías donde solo tienen papel periódico para cubrirse.
Con el desayuno en la mano, acompañado de mi amigo Carlos Rodrigo, me dirijo donde un joven adicto al resistol. Observé en su nariz y manos residuos de resistol seco y además llevaba una botella plástica con resistol oculta bajo su brazo. Le entregamos el desayuno, nos sentamos en la acera y comenzamos a platicar. Le pregunto su nombre. “Me llamo Carlos”, me responde él. Para crear empatía le respondo con un tono de alegría y sorpresa: “¡Hey! Yo también me llamo Carlos” (ya eramos tres Carlos).
Luego le pregunto su edad y curiosamente también coincidimos. Terminamos de desayunar y antes de despedirnos le regalamos una estampa del Beato Álvaro del Portillo, donde está escrita una oración. Leo la oración y hay un fragmento que dice: “…convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo.” Y cuando el joven escucha el nombre de Jesucristo dice inmediatamente: “Yo conozco a ese man. A ese man lo asesinaron y unos chepos [policías] apostaron sus ropas jugando naipes [cartas].” Me dije: “Bueno… no anda tan perdido.” Pero me llamó profundamente la atención lo listo que era y la rapidez con que reaccionó al escuchar el nombre de Jesucristo, a pesar de los estragos que habrá ocasionado el resistol en su cerebro.
En su artículo publicado en el New York Times, The Lottery of Birth, Nicolas Kristoff relata una experiencia muy similar. Anualmente realiza un concurso entre sus estudiantes de la universidad para realizar un viaje a un país de muy escasos recursos. Ese año la ganadora fue una estudiante llamada Nicole de 20 años de edad; viajaron a una aldea remota de Myanmar llamada Yae Thay. En esa aldea conocieron a Sajan, una mujer también de 20 años de edad. Pararon a platicar con ella, conocieron a las hijas y hablaron sobre sus aspiraciones. Sajan y Nicole, comenta Kristoff, ambas mujeres muy inteligentes, trabajadoras, y amantes de la diversión, pero sus vidas no podían ser más diferentes.
Kristoff describe en su artículo las dificultades sociales, económicas y culturales que Sajan vivía, mientras que Nicole aprovechaba todas las oportunidades que se le presentaban. Dos jóvenes mujeres, que nacieron casi al mismo tiempo, ambas muy talentosas y con sueños, sin embargo, una de ellas procede de un contexto donde podía desarrollar su potencial. El escritor concluye su artículo diciendo que el talento es universal pero las oportunidades no lo son.
Ese domingo por la mañana en el Parque Central me permitió recordar ese artículo que había leído hace un par de años. Ese desayuno con Carlos me llevó a pensar en lo privilegiado que soy y las responsabilidades que conlleva el haber recibido todas esas oportunidades de superación personal y profesional.
Puedes dedicar un minuto a pensar sobre esas cosas importantes que has recibido – es un buen ejercicio porque a veces no nos damos cuenta de su importancia y tampoco somos agradecidos con ello – y observarás que muchas de esas oportunidades no las has conseguido por tu propio esfuerzo: haber nacido en una familia integrada, recibir una buena educación, que tus papás te hayan pagado la universidad o que te hayan ayudado a pagar la primer cuota de tu primer vehículo… No se puede seguir viviendo de una manera nihilista, como si no tuvieras la responsabilidad de luchar para que otros tengan las mismas o mejores oportunidades de las que has recibido.
Decidí llevar esta experiencia y esta manera de pensar a un documental con el mismo título: La Lotería de la Vida, que relata las historias de superación de un estudiante y un egresado del Instituto Tecnológico Taular (la palabra taular en nahuatl significa “cosecha abundante de maíz”). Fundación Taular es una institución que nace en 1997 para brindar una educación académica y valores humanos de excelencia a jóvenes que carecen de recursos en Tegucigalpa.
Yosmin, alumno de Taular, relata junto a su madre las dificultades sociales y económicas que viven, y como la oportunidad de estudiar en Taular les está ayudando a superarse como familia. Por otra parte Kevin, egresado de Taular, cuenta que recibir la educación en Taular le ayudó a destacarse en su vida personal, universitaria y profesional. Él estudia una Licenciatura en Física e Ingeniería Química a la vez que organiza su tiempo para trabajar como maestro de matemáticas en el Instituto Tecnológico Taular. Kevin relata que por problemas económicos dentro de su familia no podían pagar transporte para ir a Taular, por lo que caminaba varios kilómetros bajo el sol del mediodía para llegar al colegio. Habían momentos en que pensaba regresarse a su casa, pero se decía a si mismo: “¿he llegado tan lejos para que me detenga el calor?”, y continuaba su camino hacia Taular. Para muchas familias, Taular es la vía para superar sus dificultades económicas. Es increíble ver como tener una educación académica y en valores genera un cambio positivo en cada una de las familias.
El documental desea transmitir un llamado sobre la responsabilidad de devolver aquellas oportunidades que cada uno ha recibido hacia personas que no las tienen, o como diría Kevin: “devolver lo que recibí de Taular”. Tenemos el poder y las facultades de cambiar vidas. Con solo el hecho de pensar que a lo largo de nuestras vidas conoceremos como mínimo unas mil personas y cada una de ellas conocerán a otras mil, por lo que si logro impactar positivamente en la vida de una persona repercutirá en las mil personas de su red, creando un efecto onda que se irá expandiendo a lo largo de las redes. Además, consideremos que cuando se forma a un joven para la búsqueda del bien sucede una transformación generacional en su familia; no solo mejorará la vida de su familia actual, sino también la de su descendencia.
Así de poderosa pueden ser nuestras buenas acciones, es por ello que me entusiasma profundamente la misión de Taular – cambiando vidas uno a uno – por que la podemos hacer nuestra y nos ayuda ir avanzando paso a paso, todos los días, para hacer de nuestro país un mejor lugar para vivir.
Carlos Espinoza Banegas es un emprendedor social que crea oportunidades a jóvenes que carecen de ellas con la idea de hacer de Honduras un mejor lugar para vivir. Director Ejecutivo de Fundación Taular. En el 2016 recibió un reconocimiento por parte del ex presidente Barack Obama para participar en el programa Young Leaders of the Americas Initiative. En el 2018 recibió una beca por parte de Georgetown University para participar en el Global Competitiveness Leadership junto a 30 jóvenes líderes de Iberoamérica realizando impacto social en sus países. Ganador del premio TOYP (Ten Outstanding Young People) otorgado por JCI en el 2018.